martes, 14 de noviembre de 2017

Nocturno Palpitar
















Han pasado cosas en el Bosque Panul, no todas ellas son históricas, ni mucho menos tienen una razón explicable, a veces simplemente pasan cosas que uno no puede entender, sin embargo no quita que hayan ocurrido. Esta es una historia real, la vivimos en carne propia varios de los miembros de este equipo y fue una gran motivación para comenzar a investigar los misterios del bosque.

No fue hace mucho, corría el otoño del 2012. Fue un año extraño, lleno de misticismo y paranoia. Mientras que los conspiranoicos anunciaban el fin del mundo con el cambio de Baktun Maya, el New Age aseguraba que se vendrían energías positivas para la tierra. La Kundalini parecía estar estacionándose en nuestra cordillera y se hablaba de una nueva era, del despertar de la consciencia y de la apertura de las puertas de la percepción. Independiente de las creencias de cada uno, ese año estuvo realmente cargado de ceremonias místicas y energéticas en todas partes, y el Bosque Panul era el escenario perfecto para toda clase de rituales, aunque eso es harina de otro costal.

Una tarde, en el territorio virtual de un conocido grupo de Facebook, se dio aviso de un incendio que se veía en la precordillera floridana, a la altura del Panul. Ya era de noche, era otoño y el cambio de hora ya nos recortaba la luz. Nosotros, cada uno en sus casas, repartidos por la ciudad, no alcanzábamos a ver nada de nuestras respectivas posiciones. De pronto un segundo aviso de otra persona distinta llamaba la atención, quizás alguien que podía ver más de cerca. Uno de nuestros compañeros tomó contacto con un amigo que vivía cerca del Panul para verificar, era la tercera persona que veía un incendio en la oscuridad del pie de monte.

Alertados por la situación, decidimos ir a terreno a corroborar la información, motivados por el cariño y las ganas de proteger el bosque, fuimos sicológicamente preparados para enfrentarnos al fuego. Es necesario mencionar que para esa época un incendio en el Bosque Panul era algo inédito. Fue meses antes de los grandes incendios que azotaron el bosque en diciembre de ese año, por lo que aún no había conocimientos de cómo reaccionaría el bosque ante un incendio y no teníamos experiencia al respecto. En esa época era mucho menos la gente inconsciente que subía a hacer las dañinas fogatas, por lo que la idea de un incendio era realmente algo nuevo para todos.

Nos juntamos lo más rápido posible, uno de nuestros amigos andaba en auto y subimos raudos. En el trayecto le preguntamos a nuestro contacto, tercer testigo del fuego, en qué sector era; a lo que respondió que veía luces anaranjadas moverse y titilar a la altura de las torres de alta tensión sobre el cerro Santa Rosa, más o menos donde están los portones azules. Decidimos acceder por Santa Sofía de Lo Cañas y subimos por Longitudinal Sur para hacer la ruta más rápida, allí comenzaron los fenómenos.

Ya eran eso de las 9 de la noche, una de las noches más oscuras que recuerde, no se veía nada hacia los cerros. Mientras íbamos subiendo, el asfalto se transformaba en tierra y de pronto estábamos en un paisaje muy distinto a Santiago, era campo, camino de tierra rodeado de cercos de alambre de púas, vegetación nativa y una que otra parcela con casas de madera. La sensación era de habernos teletransportado a otro lugar. A medida que el auto avanzaba en subida, una niebla comenzó a cubrir el entorno, comenzó como una mera neblina pero pronto se hizo tan densa que las luces del auto hacían una gran pared blanca en frente de nosotros. Apagamos las luces y sacamos las cabezas por las ventanas para ir mirando los bordes del camino e ir indicando al conductor por donde seguir.

Si bien era otoño, no hacía tanto frío como para que hubiera neblina, de hecho abajo en Santiago parecía despejado, pero, además de ser anecdótico, no sentíamos nada extraño. Continuamos avanzando cuando de repente la densidad de la niebla comienza a disminuir y logramos avistar la primera torre. La distancia desde ahí a la segunda torre eran unos cien metros nada más, y en ese pequeño trayecto la niebla se disipó. Habíamos atravesado una nube, muy baja, ahora podíamos ver el cielo estrellado en una oscura noche sin luna, pero no se veían las luces de Santiago. La densa nube cubría toda la ciudad bajo nuestros pies, no dejando pasar ni un rayo de luz artificial. Así habría de verse el valle en una noche prehispánica, incluso bromeamos con la posibilidad de haber atravesado un portal del tiempo.

Comenzamos a avanzar por el camino de la segunda torre, sigilosos pasamos por fuera de una de las últimas casas construidas en el Panul, íbamos callados tratando de no meter ni un ruido para que no nos viera nadie. Luego de pasar la casa comenzamos a hablar, comentábamos sobre el silencio, la noche estaba muy extraña. De noche normalmente se escuchan Chunchos, Gallinas Ciegas o uno que otro Chincol trasnochador, esa vez no había sonido alguno, ni si quiera un viento que hiciera mecer las hojas. Se comenzaba a sentir un nerviosismo, que ocultábamos con bromas y conversaciones banales.

Recordamos por qué estábamos ahí. Del incendio no había señal, aún faltaba mucho por caminar para llegar al lugar, pero si hubiera fuego al menos un destello se vería, pero no había nada más que profunda oscuridad. Pensamos por un momento que quizás el fuego había bajado hacia el otro lado del cerro, por lo que decidimos llegar hasta el final y seguir caminando.

De pronto, cuando caminábamos bajo la colina de la cruz blanca de La Matanza, sentimos un ruido. Un crujido subterráneo. Aquí es necesario contar, a aquel que nunca ha tomado atención a su entorno caminando en el Panul, que bajo nuestros pies se encuentra una Falla Geológica, y que, de vez en cuando es normal sentir el ruido subterráneo -incluso pequeñas vibraciones- de los temblores llamados instrumentales. Esos sismos de menos de 3 grados que nadie siente, aquí es posible escucharlos. Nosotros ya estábamos habituados a ese ruido subterráneo y en primera instancia pensamos que era uno de esos temblorcillos, sin embargo algo parecía distinto.

El sonido comenzó a repetirse, un golpe fuerte y corto: Pum, Pum, Pum, Pum. Ese grave sonido comenzaba a hacer un ritmo, un ruido con una frecuencia de segundos, pero que cada vez se sentía más rápido y más fuerte. Paramos, todos lo sentíamos, no era normal, no era conocido para nosotros. Aún estábamos cerca de Santa Sofía de Lo Cañas, lugar sonde se realizan eventos de vez en cuando y especulamos que podría ser el bajo de un parlante. Sin embargo no sonaba como tal. Conversábamos tratando de auto convencernos, pero sabíamos que lo que ocurría no era habitual.

Pum, Pum, Pum! Continuaba el sonido, cada vez más rápido, cada vez más fuerte. Estábamos parados tratando de descifrar el misterioso sonido. No era la tierra, a medida que aumentaba parecía venir del cielo. Los perros de las parcelas comenzaron a ladrar y una nueva nube de neblina bajaba, esta vez desde la Quebrada de Lo Cañas y doblando hacia el sur, hacia donde nosotros estábamos. Se acercaba la neblina y se intensificaba el sonido, un palpitar constante que aparentaba venir desde la niebla. En nuestras cabezas tratábamos de encontrar la explicación, pero sólo había lugar para el nerviosismo. Una vez más la talla incomoda y nerviosa tratando de distender el tenso ambiente.

La nube se acercaba, pero estábamos paralizados. El palpitar era ensordecedor, ya no se escuchaba lejano y tenía un sonido metalizado. Era como de un Bombo o Timbal gigante. La Neblina casi nos alcanzaba cuando de pronto, a escasos metros de nosotros, la nube se ilumina desde adentro, provocando un destello anaranjado que nos tiño como un atardecer. El terror nos ganó y nos echamos a correr. Corrimos rápidamente por el camino de la segunda torre en dirección al sur, lo suficiente para dejar la neblina, la luz y el sonido detrás, que de pronto no vimos ni sentimos más.

Paramos a descansar, la niebla bajo nuestros pies se disipó, se volvía a ver la ciudad, se volvía a escuchar aves nocturnas y el mecer de las hojas con el viento, volvía a ser una noche normal del Bosque Panul. 

Nosotros habíamos estado en el Panul de noche muchas veces y siempre se sentía esa calma de estar en la naturaleza en un lugar que se siente propio (En la actualidad interrumpido por inconscientes y sus carretes destructivos), pero esta vez era diferente, todo volvía a la normalidad pero nos sentíamos muy nerviosos, como si algo o alguien nos estuviera constantemente vigilando, como si algo de esa neblina y ese ruido se hubiera quedado acompañándonos.

¿Y el Incendio? Nada, ya estábamos cerca del lugar pero no se veía nada, ni una llama, ni una ceniza, ni humo, ni olor a quemado. Seguimos caminando, nerviosos masticando el extraño suceso, no encontramos rastros de incendio. Dimos varias vueltas, subimos al Sendero de Chile y nos devolvimos por arriba, nada.

Bajamos de vuelta en el auto por Longitudinal Sur. Pactamos esa noche no contar lo sucedido. La verdad de lo que pasó se quedó con nosotros hasta ahora.

Al menos tres personas no relacionadas vieron luces en el Panul esa noche, pero no era un incendio. Algo estuvo en el bosque y nos lo topamos de frente. Aún no podemos explicarnos qué fue.